YO NO QUERÍA,PERO ME OBLIGARON A HACERLO.
De vez en cuando alguno decide revelarse,
librarse del exilio al que han sido sometidos,
transgredirse.
Recogen su habitación,
llenan la maleta con lo extríctamente necesario,
dan de comer al gato,
cierran las ventanas,
agarran la gabardina y el sombrero de ala ancha
y,
al otro lado de la puerta
se aseguran de que le han dado
las tres vueltas de rigor a la llave.
En ese instante
el recuerdo
está más que decidido
a cruzar cada duna de tiempo
condensado
que habitan el desierto de la memoria.
Sabes lo que pretende.
Querrá llagar al oasis;
a la calma
donde los recuerdos elegidos
toman daikiris y juegan al póker
debajo de las palmeras.
Le verás avanzar desde el otro lado de la linea verde,
arrastrando sus pertenencias
y abanicándose con el sombrero.
Tendrás que abandonar tu butaca de descanso,
poner los puños en las caderas y,
con cara de desaprobación,
esperar a que se aproxime.
Cuando te pida un vaso de agua
arquearás la ceja.
Tu dedo índice,
como un resorte,
le indicará
amenazante
cuál es su nuevo camino hacia el destierro.
Se arrastrará de nuevo
sobre sus pasos calientes.
No sabeis convivir
-le dirás mientras se aleja-,
y habrá dejado su maleta a tus pies,
son muy maniáticos,
siempre lo hacen.
1 comentario
restituta -